Querido Diario: Aún retumban en mis oídos aquellos extraños ruidos en la noche, todo comenzó a la edad de 13 años, nos habíamos mudado de casa, puesto que la anterior era muy vieja; sin embargo, ahí pase los primeros años de mi vida más felices.
A donde nos fuimos a vivir era una colonia vieja, y la casa de un tipo colonial –que tenía su historia- según relatos de vecinos del lugar; empero, la vivienda era hermosa y mi madre pensaba que había adquirido “la casa de sus sueños”.
Según relatos, en aquella casa antigua, vivió una viejecilla sola y enferma, con muchos perros, a los cuales los veía como si fueran sus hijos; como no tenía familia la cuidaba la vecina, le daba su medicamento todos los días a la misma hora y la misma dosis, además de alimentarla.
La vecina que aún vive y tiene de nombre de “Lola”, le comentó a mi madre que una noche se percató que los perros de la viejecilla ladraban y maullaban sin cesar, lo que provocó la molestia de los vecinos, quienes enseguida llamaron a las autoridades para que pusiera fin a la colección de animales que la anciana acostumbraba a tener en casa, empero, algunos curiosos decidieron tocar a la puerta y hablar con la viejecita, pero descubrieron que había muerto.
Fue encontrada tirada en el piso de su habitación, con todas sus medicinas tiradas… le había dado un infarto. Después la casa fue vendida y nosotros o más bien mi madre, la habían comprado ¡en una ganga!.
Aun sin saber la historia de la casa, desde el primer día tuve varios sucesos relacionados con la viejecilla. Una tarde nublada, como si quisiera llover… solo estábamos en casa, mi hermano más pequeño y yo. Mi madre estaba trabajando, mi padre no vivía con nosotros, mi hermanito dormía y yo estaba jugando por toda la casa. Recuerdo que corría de un lado a otro, del patio grande, me fugaba a la cocina, después a la sala, al cuarto de TV, el sótano, etc.
Regularmente la puerta que conduce al patio pequeño siempre estaba cerrada, pero ese día, estaba abierta y me metí, como cualquier niña traviesa y curiosa; pues eran rincones de la casa que jamás había entrado, todo era extraño y raro para mí, con una peste horrible por todo el lugar, no quise entrar más allá, porque sentí mucho miedo había un árbol que se empezó a mover con el viento y tuve un impulso de volver, pero una ráfaga de viento cerró la puerta azotándola con un tundente y aterrador ruido chillante, y no podía entrar porque la puerta se abre por dentro, de repente algo atrajo mi atención –un horrible sonido que provenía de los muros- comencé a gritar pero mi hermanito no me escuchó.
De repente cerca del árbol del patio pequeño, salía una voz chillante que me llamaba por mi nombre y comenzó a aparecer de la nada una mancha negra flotante en el aire, de repente se hizo más grande y dio forma a una anciana, su rostro era pálido, mi instinto hizo que cerrara los ojos, y comencé a rezar, a la vez de golpear la puerta con desesperación, mi llanto era inconsolable, mi piel se estiraba al sentir que aquella sombra convertida en una persona, podría tocarme en cualquier momento, de pronto, la puerta se abrió –era mi hermanito que me escucho gritar desde su cuarto y acudió a mi llamada de auxilio-. Y fue ahí donde todo comenzó.
Cada noche, los golpes que sonaban del otro lado de la pared del cuarto me despertaban, unos golpes de bastón y quejas de dolor –como si alguien necesitara ayuda-, pero no pude evitar que me invadiera una sensación de terror; los ruidos y las quejas se intensificaron –no sabía que hacer- fue entonces; que me arme de valor y acudí a ese llamado de auxilio.
Camine por el pasillo, mi corazón latía tan rápido que pensé se me saldría del pecho, llegue a la puerta de la siguiente habitación, cuando trate de abrirla estaba cerrada, corrí hacia la cocina y busque con desesperación en el cajón la llave, al encontrarla mi sensación de miedo había quedado atrás para tener la valentía de continuar, metí la llave en el cerrojo y abrí… la habitación estaba vacía, decidí dejar la puerta abierta y poner la llave en su lugar –para que la siguiente ocasión fuera más ágil-. Sin embargo, el hecho se repetía cada noche, y cada noche la puerta estaba cerrada.
Fue entonces, que tomé la llave y la ate a mi cuello, pero los ruidos cesaron… Y una noche cuando menos lo pensé, los sonidos se hicieron presentes pero esta ocasión la misma voz que escuche a la edad de 13 años junto al árbol me llamó por mi nombre, corrí hacia la habitación –pero ahora la puerta se abrió sola, sin necesidad de la llave-, al entrar la habitación se iluminó, de la nada nació una sombra que nuevamente dio una imagen de viejecilla, de repente miré al alrededor y aquel cuarto vació tomó forma, una cama tendida con sarapes y una gran manta de lana, con muebles antiguos pero lindos, y alrededor de ella, perros y gatos.
Sentada en una mecedora, me miró, sonrío y me dio las gracias –nunca supe porque… – porque no hice nada-. De ahí en adelante jamás supe de ella, pero espero haya encontrado la luz y descansado en PAZ.