
“Diario de una niña violada”
Querido diario: Quiero confesarte que no he podido borrar de mi mente aquella mala experiencia, que me impide ser feliz.
Aún recuerdo que “me trató peor que a una mujer que vende su cuerpo. Siempre me dio órdenes para exigirme una postura para su mayor satisfacción, utilizaba insultos, palabras vulgares y morbosas. Mi valor me dejó graves moretones y sangre en todo mi cuerpo”.
Mi único recuerdo de aquel día que me arme de valor y fuerza para denunciar el abuso sexual por parte de quien decía ser mi tío, fue una colección de moretones en todo mi cuerpo y sangre.
Hoy, que soy madre de familia con dos pequeñas sé que no debo dudar de las acusaciones que hagan mis hijas, mantener los ojos abiertos y sobretodo darles la confianza para que puedan expresarse sin temor.
Fue a la edad de 6 años, mi padre llegó a casa con la gran noticia de que mi tío Cuco vendría a vivir con nosotros, debido a su viudez y mala situación económica; además de que ayudaría a mi padre con el negocio.
La idea en un principio, “fue espectacular” porque era un tío amoroso, divertido, simpático –era el tío que todo niño sueña tener-; sin embargo, atrás de esa careta se encontraba un “ser maligno”.
La primera vez, fue en mi fiesta de 6 años, entre dulces, globos, pastel, payasos y música; “Cuco” me hizo acompañarlo a la bodega donde había olvidado mi regalo, tirada en un montón de papel, costales de azúcar y harina, “no solo me manoseó sino con agresividad y bruscos movimientos me daño, sentí mucho dolor, escalofríos, nauseas, ascos y lloré”.
Mi seguridad desapareció “no volví a ser la misma niña”; ya que todas las noches cumplía con sus amenazas, cuando mis padres dormían. “Cuco” se dirigía a mi cuarto, se acostaba en mi cama y me lastimaba “apretaba los dientes para no gritar, por el dolor inmenso a su brusquedad”.
“Me trató peor que a una mujer que vende su cuerpo. Siempre me ordenaba como colocarme para su mayor satisfacción, me insultaba con palabras vulgares y morbosas. Y no tuve valor ni fuerza necesaria para resistirme (…) por el miedo a que cumpliera sus amenazas y mis padres fueran lastimados”; dice.
No recuerdo exactamente el día, pero si me acuerdo de los moretones y de la sangre en todo mi cuerpo y cara; lo más extraño es que mi violador “mi tío” no era el culpable de eso, sino mi padre.
Tenía 13 años, desayunaba con mi madre cuando le conté de las perversiones que me obligaba “Cuco” y mi padre al enterarse que había sufrido abuso sexual empezó a golpearme hasta dejarme inconsciente.
Mientras me golpeaba, me preguntaba a gritos: “¿Por qué te dejaste mí princesa?”. “Era su niña, piel clara, pelo castaño, ojos verdes, la gente me mimaba y admiraba” después de eso “me transforme en algo horripilante”, “mi padre nunca me volvió a mirar ni dirigir la palabra”.
Inconsciente y ensangrentada, mi padre prohibió a mi madre tocarme, fue la mujer de limpieza quien me tomó entre sus brazos y me llevó a la bañera; llorando y pidiéndole a Dios el perdón para mi padre, quien no tuvo el valor de desquitarse con su hermano y la paliza se la dio a una “inocente”.
Al día siguiente, sin que mis padres me dirigieran la palabra solo “Socorrito”, me dio un gran abrazó y me besó, antes de irme a la escuela, cubierta de moretones, heridas y un ojo morado.
Horas después, mi padre fue a sacarme de clases para ir a denunciar los hechos, en espera de que “asustada” dijera que mi relato había sido mentira y resultado de mi imaginación; pero al llegar al lugar, los policías al percatarse del estado en que me encontraba, decidieron que él también tendría que estar tras las rejas, “pero me opuse” a pesar de todo “era mi padre” y no me lo habría perdonado nunca.
Hasta hoy, guardo los rastros de un doble trauma: el abuso sexual, y la violencia de mi padre hacia mí.
Me culpe de lo sucedido durante mucho tiempo, pero hoy sé que nada de ello fue culpa mía, no le guardo ningún rencor a mi padre ya que es un hombre influenciado por la sociedad y la ideología “machista”.
Al final, mi madre guardo silencio; mi padre prefirió a su hermano “Cuco”; y yo fui enviada a una casa con “Socorrito, mi madre adoptiva” para evitar provocar los bajos instintos de “Cuco” y las habladurías.
Te escribo con el corazón querido diario, en Socorrito he encontrado a la madre que nunca tuve, la mejor abuela para sus hijas, mi mejor amiga, mi confidente, a quien le debo mi seguridad, tranquilidad y la paz en mi alma.
Ahora me dedico a trabajar y esforzarme para que mis hijas tengan una mejor vida, lejos de aquellas personas “oscuras” y con quienes no volveré a cruzar palabra.