En los últimos días, las y los habitantes de la zona metropolitana de Puebla y municipios aledaños hemos sido testigos de la intensa actividad del volcán Popocatépetl, dentro de la cual se han observado múltiples exhalaciones acompañadas de vapor de agua, gases volcánicos y ceniza. Si bien esto es algo “normal” para quienes vivimos en esta zona, dado que don Goyo es uno de los volcanes más activos del país, de los más de 40 que existen en México, esto de acuerdo con el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED), lo cierto es que la intensidad de las fumarolas ha aumentado también la cantidad de ceniza que está cayendo en la ciudad. No es coincidencia que Popocatépetl signifique “Cerro que humea” en Náhuatl. Por una parte, la emisión de esta ceniza puede tener consecuencias negativas en la infraestructura urbana, ya que las partículas finas pueden obstruir tuberías y filtros, afectando el suministro de agua potable, además puede causar estragos en la salud de las personas, al provocar irritación de los ojos, la piel y las vías respiratorias. Pero, por otro lado, este fino manto de piedricitas también puede ser utilizado en beneficio de diversas industrias, como ya lo están haciendo en otros lugares del planeta. Un ejemplo de ello es lo que ocurre en Lanzarote, una de las Islas Canarias, en donde tras la erupción del Timanfaya en el siglo XVIII se descubrió que las cenizas volcánicas y el material piroclástico son un buen fertilizante para cultivos como la vid. Se ha descubierto que una fina capa de menos de 10 centímetros de este “polvo” ofrece nutrientes a las plantaciones, conserva la humedad y ayudar en el crecimiento de la planta. Y es que la ceniza volcánica contiene nutrientes esenciales como potasio, fósforo y otros minerales, lo que la convierte en un fertilizante natural. Cuando se deposita sobre el suelo, enriquecen la tierra, mejorando su productividad y ayudando al crecimiento de las plantas.
La ceniza volcánica también mejora la estructura del suelo, especialmente en suelos arcillosos, al proporcionar partículas más finas que aumentan la porosidad y la capacidad de retención de agua. Esto facilita el drenaje y la absorción de nutrientes por las raíces de las plantas.
Es por ello que, en áreas cercanas al Popocatépetl, la agricultura puede beneficiarse, ya que pueden adaptar sus prácticas de cultivo para aprovechar al máximo la fertilidad proporcionada por estas partículas.
Otro de los usos está en emplear estos residuos volcánicos en la industria de la construcción, como lo es la fabricación de cemento, una práctica que se ha realizado desde hace siglos. Precisamente, una investigación publicada en 2017 en la revista American Mineralogist indica que los antiguos romanos ya utilizaban hace dos milenios un hormigón que contenía ceniza volcánica para erigir algunas de sus construcciones. La preparación de este material la realizaban mezclando cenizas volcánicas con cal y agua de mar, además de fortalecer la preparación con piedra pómez. De igual forma, investigadores del Laboratorio de Materiales de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas publicaron en 2013 los resultados de los experimentos en los que se muestran los beneficios de la puzolana canaria para mejorar la resistencia del hormigón. Aunado a ello, investigadores del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, han propuesto utilizarlas en la industria textil para elaborar artesanías, sellar superficies que se han de pintar después, quitar pintura u otros acabados o limpiar moldes permanentes para fundición. Si bien estos son tan solo algunos de sus usos, sería muy beneficioso que las universidades e instituciones de investigación y ciencia de la entidad indaguen sobre los beneficios a aprovechar, ya que como dice un refrán: “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”, y en esta situación no hay más que protegernos de la ceniza, cuidar a los más vulnerables y sacar provecho de estar tan cerca de don Goyo.