Para nadie queda duda que vivimos momentos complejos en la sociedad, en la que día con día se presentan hechos de violencia, desigualdad y polarización. Lo más lamentable es saber que estas situaciones han penetrado en el tejido más sensible de la sociedad como es la infancia y juventud.
Manifestaciones de violencia en los espacios educativos con reportes de bullying o acoso escolar, altercados entre docentes y alumnos, entre otros, dan muestra del inusitado crecimiento de estos hechos, así como de la urgencia de actuar para ponerles un freno.
En este sentido es que hoy, más que nunca, la promoción de una cultura de paz se convierte en un objetivo fundamental como estrategia para la resolución pacífica de conflictos, el respeto a los derechos humanos y la construcción de sociedades basadas en la tolerancia y la solidaridad.
Precisamente esta semana, el 30 de enero, se conmemoró el Día Escolar de la No Violencia y la Paz, fecha proclamada por la ONU en 1993 a iniciativa del educador español Llorenç Vidal para concienciar a los estudiantes sobre la importancia de la no violencia, el respeto mutuo y la resolución pacífica de conflictos. A nivel internacional, numerosas instituciones y organizaciones se suman año con año a esta celebración, destacando la necesidad de cultivar una cultura de paz desde las aulas.
Pero hay que decirlo, la cultura de paz no se trata solo de prevenir la violencia, sino de sembrar las semillas de la tolerancia, el respeto y la solidaridad desde las edades más tempranas.
Es así que la educación se erige como el pilar fundamental para la transformación de la sociedad. La inclusión de programas educativos que fomenten valores de paz, la resolución pacífica de conflictos y el respeto a los derechos humanos se vuelve esencial. Es por ello que los educadores tienen la responsabilidad de ser agentes de cambio, no solo impartiendo conocimientos académicos, sino también guiando a los estudiantes hacia la comprensión y valoración de la diversidad.
La educación juega un papel central en este proceso de transformación. Es a través de una educación que promueva valores como la empatía, la solidaridad y el respeto, que se pueden sentar las bases para una sociedad más tolerante y pacífica. Además, es necesario fomentar la conciencia sobre la importancia de erradicar prácticas discriminatorias y trabajar en conjunto para eliminar las barreras que perpetúan la desigualdad.
La Doctora en Estudios Internacionales de Paz, Conflictos y Desarrollo, Gloria María Abarca Obregón, recalca que se debe hablar de educación para la paz en contextos dónde la violencia está intensificada o su repercusión. “En las zonas con violencias directas es primordial visibilizar, abrir y sostener este proceso de construcción de paz, como primer movimiento de disminución de la violencia”, enfatiza.
En este sentido, Abarca Obregón propone crear en las escuelas espacios de paz, como “Espacios de conexión”, “Espacios de encuentro-cooperación”, “Espacios de restauración, reparación y compasión” y “Espacios de tejidos de redes”, en los cuales se pondrán en marcha diferentes prácticas de paz.
La especialista cree que la posibilidad de generar espacios y prácticas de paz en lugares donde se viven las violencias no sólo es importante, sino es un recurso necesario y se necesita dar a conocer las herramientas que posibilitan estas prácticas.
“Aún con el reto de contar con pocas especialistas, cada día se están generando más lugares de capacitación en temas de paz, como son los círculos de paz, círculos y prácticas restaurativas, comunicación noviolenta o juegos cooperativos de paz. Hay que tener presente también que cada vez más universidades están abriendo posgrados sobre cuestiones relacionadas con la educación y cultura de paz”, afirma.
En este contexto, la participación ciudadana se vuelve esencial. Cada individuo tiene el poder de influir en su entorno y contribuir a la construcción de una sociedad más justa. Desde pequeñas acciones cotidianas hasta el apoyo activo a iniciativas que buscan el bienestar común, todos podemos ser agentes de cambio.
Además, es crucial establecer políticas que aborden de manera integral el problema de la violencia en las escuelas. Capacitar a los profesionales de la educación, involucrar a las familias en la formación de valores y promover el diálogo abierto sobre estos temas son pasos indispensables.
Porque la cultura de paz no es solo un ideal, sino una necesidad apremiante para construir sociedades más justas, equitativas y respetuosas, donde la educación sea el faro que ilumine el camino hacia un futuro prometedor.
Es así que estoy convencido que con un compromiso colectivo y acciones concretas, podemos revertir la tendencia actual y construir un entorno educativo donde la paz y el respeto florezcan, brindando a las nuevas generaciones un sólido fundamento para enfrentar los desafíos de la vida con fortaleza y empatía.