En los últimos días, los casos de bullying en Puebla difundidos a través de las redes sociales se han acrecentado. Los más recientes se reportaron la semana pasada en el interior del estado, en donde a través de videos se puede observar a estudiantes siendo golpeados por sus compañeros, tanto en Zacapoaxtla, en Libres o incluso en la capital poblana.
Estos hechos enfatizan la importancia de actuar contra esta problemática que afecta física, emocional y psicológicamente a la infancia y juventud de nuestro país, ya que el bullying es un fenómeno directamente ligado a la violencia, el cual ha ido penetrando en diversos sectores de la sociedad y con mayor énfasis en las instituciones educativas, es por ello que también es conocido como acoso escolar.
Las consecuencias que originan este tipo de actos, abarcan desde la disminución de la autoestima, el temor permanente, tristeza, depresión, desinterés por asistir a la escuela, estrés, entre otros.
Desafortunadamente, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en el mundo uno de cada tres jóvenes sufre de acoso escolar.
Asimismo, según un informe de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (MejorEdu), en México 69.5% del personal docente ha mencionado que en sus grupos hay intimidación o abuso verbal entre estudiantes y 58.7% reporta agresiones físicas entre el alumnado.
Si bien la Secretaría de Educación Pública, en conjunto con las instituciones educativas del país, realizan acciones para frenar esta problemática con acciones preventivas e información, es importante explorar el fenómeno de manera profunda.
Es por ello que no solo se requiere abordar sus manifestaciones externas, sino también desentrañar las raíces profundas del bullying como una conducta violenta que no es innata y que, por el contrario, fue aprendida a lo largo del tiempo.
Los niños y niñas absorben actitudes y comportamientos de su entorno, ya sea en casa, en la escuela o a través de los medios de comunicación. Es crucial comprender que el bullying no es simplemente un acto aislado, sino un síntoma de patrones de comportamiento que han sido internalizados.
Los hogares son cunas de valores y comportamientos. Trabajar de raíz implica involucrar a los padres en programas que fomenten la crianza positiva, la comunicación efectiva y la resolución no violenta de conflictos. La colaboración entre la escuela y la familia crea un frente unido contra el aprendizaje y la perpetuación de comportamientos violentos.
Asimismo, las escuelas desempeñan un papel fundamental en la formación de actitudes y valores. Introducir programas educativos que promuevan la resolución pacífica de conflictos, la empatía y la tolerancia desde las primeras etapas de la educación es esencial. Al abordar la violencia como una conducta aprendida, podemos reconfigurar las percepciones y actitudes de los estudiantes hacia formas más constructivas de interacción.
Se debe considerar además que la falta de habilidades para manejar emociones puede ser un precursor del bullying. Integrar la educación emocional en el currículo escolar proporciona a los estudiantes las herramientas necesarias para comprender y gestionar sus emociones de manera saludable. La empatía, la autorregulación y la inteligencia emocional son elementos clave que contribuyen a la prevención del bullying.
También, desarrollar la autoconciencia en los estudiantes es fundamental para la prevención del bullying. Promover la reflexión sobre las propias acciones y sus consecuencias fomenta la responsabilidad individual. Los programas que alientan la autorreflexión contribuyen a romper con patrones de conducta aprendidos y a cultivar una cultura de respeto mutuo.
Desde luego, si logramos eliminar los actos de bullying esto también repercutirá en el resto de la sociedad, ya que nos permitirá evitar que las nuevas generaciones sigan normalizando la violencia y con ello tener un país más pacífico.
No olvidemos que combatir el bullying desde la raíz implica un cambio cultural que aborda las actitudes y comportamientos violentos desde sus fundamentos. Solo así podremos ponerle un freno y cultivar comunidades escolares, así como sociedades, más saludables y compasivas.