Uno de los mayores estragos que nos dejó el Covid-19 en el mundo es un claro repunte de las enfermedades mentales, ya que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), tan solo durante el primer año de la pandemia la prevalencia de la ansiedad y la depresión aumentó un 25%.
Asimismo, el informe de este organismo concluye que este incremento afectó más a las mujeres que a los hombres, y a los jóvenes, especialmente a los que tenían entre 20 y 24 años, incluso más que a los adultos mayores.
Esta situación se vuelve grave si consideramos que, desde antes de la emergencia sanitaria, la humanidad ya se encontraba en jaque por la alarmante incidencia de enfermedades mentales. En 2019, casi mil millones de personas en el planeta estaban afectadas por un trastorno mental, de las cuales un 14% se encontraban en la adolescencia.
En México la situación no es diferente, la Secretaría de Salud Federal, estima que la prevalencia anual de estos trastornos se da en casi una quinta parte de la población total. No obstante, las personas afectadas no presentan esos padecimientos en la misma intensidad, sino que van de trastornos leves en 33.9% de los casos, a moderados en 40.5%, hasta llegar a los trastornos graves o severos en el 25.7%
En este sentido, se vaticina que en el país 24.8 millones de personas al año presentan alguna enfermedad mental, siendo la más frecuente la de la depresión en el 5.3% de la población.
Según el reporte Health at a Glance 2021 de la OCDE, nuestro país es uno de los más afectados por esta enfermedad, ya que casi 28% de los adultos encuestados presentaron señales de depresión, cifra nueve veces mayor que la de 2019.
Hay varios mitos alrededor de este padecimiento que se proyectan en una atención inadecuada de la enfermedad. Uno de los principales es pensar que la depresión es solo sentir tristeza o tener un mal día, sin embargo, si bien sí se presentan estos síntomas también lo es el que es una enfermedad peligrosa, ya que dificulta sensiblemente el desempeño en el trabajo o la escuela y la capacidad para afrontar la vida diaria.
Precisamente, la depresión se caracteriza por un bajo estado de ánimo, sentimientos de tristeza y desesperanza, asociados con alteraciones de comportamiento, grado de actividad y pensamiento. Es así que se dice que actualmente la depresión afecta al 15% de la población nacional, y se prevé que para 2030 sea la primera causa de discapacidad mental en jóvenes y adultos.
Lo más grave es que con la depresión no sólo se afecta el ámbito funcional de la persona, sino que es uno de los factores que más aumenta el riesgo de presentar una conducta suicida.
Es por ello que resulta prioritario que las personas que la padecen tengan acceso a atención especializada de manera prioritaria, ya que es una enfermedad y por tanto sí tiene cura.
Una de las alternativas que en últimos años ha cobrado gran fuerza para su atención es la de la psicología positiva, la cual mediante ejercicios y técnicas de reeducación cognitiva, ayuda a fortalecer la autoestima de los pacientes y a hacer frente de forma efectiva al estado depresivo.
A través de ella se pone el foco en emociones como el agradecimiento o el perdón con el fin de superar el sufrimiento pasado o presente que ha sumido a la persona en la tristeza y desesperanza.
Y es que la psicología positiva enseña técnicas que permiten al paciente estar comprometido con su felicidad, a través de lo cual poco a poco recuperará el control de sus emociones.
Asimismo, es muy importante tejer redes de apoyo que, a través del conocimiento de la enfermedad, permita detectarla a tiempo entre quienes nos rodean.
No por nada, muchos consideran a la depresión el mal del siglo XXI, ya que avanza de manera silenciosa por donde menos nos imaginamos.
Ciertamente, el gobierno tiene una gran tarea para procurar su atención a través de la generación de políticas públicas, así como nosotros la sociedad, debemos coadyuvar en tratar con empatía a todas y todos quienes nos rodean, porque muchas veces la depresión viene disfrazada de enojo y arrebato.
La Dra. Brene Brown lo ilustró muy bien en esta frase “La empatía no tiene guion. No existe una forma correcta o incorrecta de practicarla. Es simplemente escuchar, respetar el espacio, retener el juicio, conectarse emocionalmente y comunicar ese mensaje increíblemente sanador de que ‘No estás solo’”.