“El adviento” significa “Venida”, es el tiempo de preparación por cuatro semanas para recordar el nacimiento histórico de Jesucristo nuestro Salvador, es el tiempo para reflexionar, meditar y abrir nuestro corazón a este gran acontecimiento, es recordar que Jesús siempre está presente con nosotros y entre nosotros, especialmente en la celebración y participación de la Santa Misa, es ahí donde todos los días, se recuerda su vida, sus obras, sus enseñanzas, su Amor infinito por sus creaturas, la Obediencia a Su Padre, su Pasión, los sufrimientos que padeció para alcanzarnos la salvación y su Gloriosa Resurrección, donde prevalece que Jesucristo es Dios porque ha vencido a la muerte, pero el misterio más grande es que Jesús se hace presente en su Cuerpo y en su Sangre en cada Celebración Eucarística para darnos vida y fortalecernos en nuestro diario caminar aquí en la tierra.
El Adviento es un tiempo de esperanza gozosa al conmemorar el Nacimiento de Jesús, la esperanza de tener entre nosotros a nuestro Salvador, de recordar que un día va a venir de nueva cuenta al mundo como Señor y Juez de vivos y muertos.
El Adviento es un lapso de preparación para nuestros corazones y para nuestros sentimientos, con la finalidad de recordar las promesas mesiánicas que son: Justicia, Paz, Amor Fraterno, Compromiso, Oración y sobre todo Confianza en Dios, sentimientos que todos debemos de poner en práctica no solamente en estos días, sino en cada momento de nuestra vida, ya que si estamos en armonía con Dios, con nuestros hermanos, pero sobre todo con nosotros mismos, podremos ser personas que trabajen por propagar las enseñanzas de Jesucristo y ser factores de cambio en el lugar donde nos encontremos y en el estado que tengamos.
El Adviento nos invita a recordar el pasado, es decir, recordar las condiciones históricas del pueblo de Israel, las promesas que Dios hizo a su pueblo elegido de tener un Mesías, un Libertador, un Redentor descendiente de la Tribu de Judá, del Rey David, y que iba a encarnarse en el seno virginal de una mujer para que viviera y estuviera entre su pueblo. Un Rey que nació pobre para enseñarnos la humildad, un Rey que fue adorado por personas pobres como los pastores y por personajes ricos y sabios llamados Magos, teniendo en común todos ellos, poseer un corazón puro y que esperaban gozosos la promesa de la venida del Salvador, del Libertador.
Ambos grupos de hombres, tan diferentes para nosotros pero tan similares entre sí, en su fe, en el mismo corazón puro y sobre todo en la confianza de la Promesa de Dios de que iba a enviar a su Mesías, los pastores, sin temor creyeron en lo anunciado por los ángeles, y se dirigieron gustosos y presurosos a presentar sus regalos, es decir, a compartir lo poco que tenían y fueron testigos del gran acontecimiento, del Nacimiento de un Niño, que encerraba en su persona la luz, la paz, el amor, encerraba en sí mismo la divinidad y la humanidad fusionada, un ser tan hermoso, que al momento de entrar en la gruta o cueva de Bélen, se quedaron atónitos por la pobreza en que estaba pero tan admirados por la luz, la paz, y el bienestar que se irradiaba de ese lugar.
Y por otro lado, los Magos, dejaron su tierra, sus comodidades y su familia, con la finalidad de ver al Redentor, al Mesías profetizado en el pueblo de Israel desde siglos atrás, siguieron las señales en el cielo, confiaron en que ya estaba entre los hombres el Mesías prometido, y siguieron su corazón, y fueron a adorar a su Rey por elección, llevándole sus regalos o dones, Oro por ser Rey, Incienso por ser Dios y Mirra por ser Hombre. Al momento de ingresar en la cueva de Belén y haber visto con sus propios ojos al Dios Encarnado, solo pudieron estar en postura de adoración, hablando con su corazón a ese pequeño Bebé, que había nacido para cumplir las antiguas profecías y liberar a todo el mundo de la esclavitud del pecado, se sintieron agradecidos con Dios al ser los primeros testigos de que se habían cumplido las antiguas profecías del Nacimiento del Mesías en el pueblo de Israel, un Mesías que no era como lo esperaban, con lujos y poder, sino un Ser tan sencillo y humilde que vino a revolucionar el mundo con el Amor y regresaron a sus pueblos, con el Amor de Dios en sus corazones, confiando más en Él.
El Adviento nos invita a vivir el presente, porque como católicos tenemos que poner en práctica la doctrina de Jesucristo nuestro Salvador, tenemos que interesarnos y prepararnos en su Palabra para que nuestra vida sea acorde con las enseñanzas de nuestro Maestro y sobre todo, que pongamos en práctica su Mandamiento más grande que es el Amor a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y si seguimos esto y sobre todo si lo llevamos a la práctica, la interacción con las personas que nos rodean y las acciones que realicemos a diario, van a ser en forma armónica.
El Adviento nos invita a prepararnos al futuro y recordarnos que estamos en esta vida de paso, para trabajar por nuestro sustento, para formar una familia, para ser exitosos en nuestra vida personal y profesional, para ser felices en las circunstancias que nos tocaron vivir, pero, sobre todo, tenemos que comprender que esta vida es pasajera, que algún día moriremos y seremos juzgados por Dios de acuerdo a nuestras buenas y malas obras pero sobre todo por la calidad de amor que dimos a nuestros semejantes.
El Adviento es un tiempo de revisión de nuestra vida y obras a la Luz de la Vida de Jesucristo, es recordarnos que nuestro Dios se encarnó y nació entre los hombres hace más de dos mil años y que nos vino a ensenar el amor, la humildad, la obediencia, el trabajo, la oración, la empatía, la ayuda, la confianza en Dios, vino a ejemplificar y poner en práctica todos los valores humanos, y ¿nosotros tratamos de vivir así?
El Adviento es el tiempo de María de Nazaret, nuestra madre, que esperó, confió y aceptó la Palabra de Dios, que dijo un Sí, con fuerza, con confianza y con un completo abandono en Dios, que obedeció y que se dejó conducir por Dios, aceptando la Maternidad del Mesías, para que se cumpliera lo prometido al pueblo de Israel que nacería un Mesías, un Libertado que iba a traer la paz a la tierra.
En la página http://es.catholic.net/op/articulos/55273#modal se publicó un artículo muy interesante llamado “El decálogo de la corona de Adviento: memoria, símbolo y profecía…Y ¡Una corona interactiva! Por: Revistaecclesia y Catholic.net, y ahí se menciona los “Lugares y Símbolos del Adviento que a continuación se insertan:
- “El desierto, el ámbito donde clama la voz del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.
- El camino, signo por excelencia del adviento, camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar al Señor. Que lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.
- La colina, símbolo del orgullo, la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros cálculos y categorías humanas, que son precisos abajar para la llegada del Señor.
- El valle, símbolo de nuestro esfuerzo por elevar la esperanza y mantener siempre la confianza en el Señor. ¡Qué los valles se levanten para que puedan contemplar al Señor!
- El renuevo, el vástago, que florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del Señor.
- La pradera, donde habitarán y pastorearán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y león, mientras los pastoreará un muchacho pequeño.
- El silencio, en el silencio de la noche siempre se manifestó Dios. En el silencio de la noche resonó para siempre la Palabra de Dios Hecha Carne. En el silencio de las noches y de los días del adviento, nos hablará, de nuevo, la Palabra.
- El gozo, sentimiento hondo de alegría, el gozo por el Señor que viene, por el Dios que se acerca. El gozo de salvarnos y ser salvados. El gozo “porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro” son quebrantados como en el día de Madían; el gozo y la alegría “como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”.
- La luz, del pueblo que caminaba en tinieblas, que habitaba en tierras de sombras, y se vio envuelto en la gran Luz del Alumbramiento del Señor. Esa luz expresada hoy día en los símbolos catequéticos y litúrgicos en la corona de adviento, que cada semana del adviento ve incrementada una luz mientras se aproxima la venida del Señor.
- La paz, la paz que es el don de los dones del Señor, la plenitud de las promesas y profecías mesiánicas, el anuncio y certeza de que Quien viene es el Príncipe de la paz, el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas”. “¡Qué en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente!”
Todos estos lugares, todos estos símbolos, conducirán, como un peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora del adviento”.
Aprovechemos este tiempo de Adviento, tiempo de preparación, de reflexión y de oración para recibir a Jesús hecho Niño en nuestros corazones, para agradecerle su infinito amor hacia los hombres de todos los tiempos, pero sobre todo para poner en práctica sus enseñanzas y construir todos juntos con la ayuda de Dios, de su Madre Santísima, de San José y de todos los Santos, un mundo de paz, de respeto, de tolerancia, de justicia y de amor.