- Desde su inauguración, han beneficiado a más de mil 400 personas a través del trabajo de alrededor de 70 voluntarios
Escuchar, observar y querer son algunos de los verbos que describen el aprendizaje de jóvenes universitarios en los centros comunitarios Kali. Ya sea como servidores sociales, voluntarios o practicantes profesionales, alumnos de licenciaturas de la BUAP confluyen en este proyecto lanzado en 2017 por el Centro Universitario de Participación Social (CUPS). ¿El propósito? Fortalecer el tejido social de zonas alejadas de la capital poblana, a la par de generar espacios para la formación de los estudiantes.
Ubicados en las colonias Cerro del Marqués, Barranca Honda, Elsa Córdova y la junta auxiliar San Miguel Canoa, los cuatro Kali representan espacios con el potencial de transformar las difíciles situaciones que atraviesan los miembros de las comunidades donde se ubican. A pesar de la existencia de migración, violencia y drogadicción, también hay una buena disposición de los habitantes por cambiar su contexto.
Las campañas de alfabetización para adultos emprendidas por el CUPS en el municipio de Puebla, de 2005 a 2010, evidenciaron una situación que hasta entonces no había sido considerada por el equipo: “Nos empezaron a llegar niños que no iban a la escuela. Ahí nos dimos cuenta de la cantidad de niños y jóvenes que hay en esta ciudad que no asiste a la escuela, que nunca ha asistido o que asistió uno o dos años y se salió”, recuerda Mirta Isabel Figueroa Fernández, directora de esta dependencia de la BUAP.
Por este motivo, a partir del 2011 se inició el programa Escuelas Comunitarias, cuya misión es impartir clases a niños y adolescentes que no han tenido la oportunidad de estar en un sistema escolarizado. Con la finalidad de reforzar esta iniciativa e incluir al resto de los pobladores en las actividades, el CUPS emprendió el proyecto de centros comunitarios al abrir las puertas del Kali de Cerro del Marqués en marzo del 2017.
A través de un diagnóstico participativo, los integrantes del CUPS diseñan las actividades que semanalmente se llevan a cabo en cada uno de los espacios. Todas están adscritas a alguna de las cuatro líneas de trabajo bajo las que se rigen los Kali: Educación para la vida, Salud y bienestar comunitario, Economía social y Ciencia, arte y cultura.
Este trabajo no solo ha contado con la participación de instancias como Casa Ibero Segundo Montes y Fundación Amparo, sino también con alrededor de 70 voluntarios, de los cuales alrededor de 57 son estudiantes de la BUAP. Gracias a todos los involucrados, desde su apertura, los centros comunitarios han beneficiado a más de mil 400 personas, de acuerdo con Fernando González Orea, coordinador de proyectos del CUPS.
Decir lo que sentimos, “algo que nos cuesta un montón”
Varios de los jóvenes que participan en el Kali han estado involucrados en las distintas actividades que el CUPS organiza. Un ejemplo de ello son Marisol y Lily, dos mujeres ahora egresadas de la BUAP, quienes durante su licenciatura participaron en las campañas de alfabetización y escuelas comunitarias, respectivamente.
Egresada de la Facultad de Psicología, Marisol es la encargada del Kali de Cerro del Marqués, en la Junta Auxiliar de La Resurrección. Su primer acercamiento al CUPS ocurrió en el 2011 al participar en las campañas de alfabetización: “Fui alfabetizadora dos años, después tuve que poner una pausa y regresé a los dos años al programa de escuelas comunitarias […] Llevo ya cuatro años aquí y eso me ha permitido conocer más a la comunidad, a la gente, a los niños; involucrarme un poco más sobre qué pasa en casa, cómo se sienten, qué problemas tienen”.
Gracias a su experiencia, ha logrado crear lazos con la comunidad de Cerro del Marqués y cumplir con una de las metas que las casas comunitarias Kali -acepción de la voz náhuatl calli– se plantearon al inicio: fungir como un espacio para que la población pueda organizarse y ser autogestiva. Como muestra, además de las escuelas comunitarias, por las tardes se ofrecen cursos de regularización, de computación y de inglés para estudiantes y adultos de la colonia, así como talleres elaborados en conjunto con madres de familia.
Estas actividades no solo han impulsado el desarrollo de los más pequeños, también han generado acciones a favor de la comunidad. Por ejemplo, en la esquina del inmueble donde se aloja el centro comunitario se concentraba la basura de cuadras aledañas hasta que el servicio de limpia pasaba a recogerla. Los integrantes del Kali organizaron la pinta de un mural en una de las paredes donde se concentraba el problema, actividad que a su vez llevó a charlas con los colonos sobre la importancia de mantener limpio el sitio. Así, se logró un acuerdo con el servicio de limpia que permitió solucionar el conflicto.
Los aprendizajes generados en el Kali no solo impactan en los residentes aledaños, también en los universitarios que dedican algunas horas de su día para dar clases, elaborar un taller o preparar alimentos. Este es el caso de Lily, pasante de la Licenciatura en Procesos Educativos, quien asegura que son invaluables los conocimientos que los niños le han enseñado.
Encargada del grupo Amarillo, el primer nivel de educación contemplado en el programa de escuelas comunitarias, de lunes a viernes trabaja con niños de entre 4 y 6 años, con la finalidad de que adquieran las habilidades correspondientes con la etapa preescolar de la educación formal. ¿Cómo es el trabajo con los pequeños? “Depende del niño”, afirma.
“Hay niños que llegan como Soledad, cuya familia habla mazateco. El español con el que contaba era escaso: lleva un año acá y ya entiende más palabras y se expresa mejor. Axel ya sabía leer y escribir, pero todavía le faltaba aprender a convivir con otros niños”.
Mientras Lily enseña a los niños los colores, cómo escribir su nombre y ejercicios de motricidad fina, ellos le han mostrado algo que no estudió en ninguno de los niveles educativos que ha cursado: trabajar las emociones propias. “Por ejemplo, Andrés, de cuatro años, puede decirte exactamente cómo se siente: si está enojado, te dice ‘estoy enojado por esto’, algo que a nosotros nos cuesta un montón. No solo yo llego y les enseño, sino que ellos me enseñan y al final de cuentas me gusta […] El tiempo acá me ha servido para entender a lo que me quiero dedicar: me gusta el trabajo comunitario”.
Aprender a escuchar, a observar, a querer
De lunes a viernes, Lucy sale a las 6 de la mañana de su casa ubicada en Portes Gil, municipio de Ocoyucan, Puebla. Antes, según el día, ayuda a su mamá a preparar desde las 4 de la mañana pedidos especiales de la tortillería que tiene; en caso de que no, solo peina y da de desayunar a sus dos hermanas menores antes de tomar el bus que la lleva a Atlixco. Una vez ahí, sube al camión de las 7 (o 7:15) que la dejará en Ciudad Universitaria para dirigirse al Kali de Cerro del Marqués.
Una vez en el centro comunitario, corre el tiempo para preparar el desayuno de los niños que asisten a la escuela comunitaria e ir a sus clases de octavo cuatrimestre en la Licenciatura en Gastronomía. Al llegar a La Resurrección, como a las 9 de la mañana, debe trasladar todos los días, de ida y vuelta, el tanque de gas y los trastes desde el inmueble a una caseta que Sedesol puso en custodia del Kali para apoyar sus actividades en la comunidad.
“El desayuno es a las 11. A las 10:30 ya estoy llevando las cosas para allá. Tengo que meter todo, porque si no, el tanque de gas se lo roban. Dejo limpia la cocina para la siguiente mañana; si traigo verdura la dejo en una cestita y ya. Les doy el desayuno, lavamos los trastes entre todos. Los niños lavan su platito y su tacita, yo los seco y los guardo. Cierro el comedor y me voy”.
Al llegar a la universidad toma algunas de las siete materias que cursa este periodo, de una de la tarde a nueve de la noche. Los viernes que no tiene clases en su facultad, organiza en el Kali talleres de cocina para madres de familia: molotes, hojaldras, pizzas, empanadas. En muchos de los casos, las mujeres no ven estos cursos para ampliar el menú familiar, sino una forma de generar recursos para mantener su hogar.
Si bien hacer el servicio social en otro lugar podría implicar menos traslados y tiempo en la rutina de Lucy, ¿por qué escoger el Kali? Convencida, responde: “Es servicio social: tienes que hacer algo por la sociedad”.
Una vez concluido su servicio social, prevé continuar como voluntaria. ¿La razón? “Llego a las 9 y los niños ya están aquí, entonces lo primero que hacen es contarte todo lo que hicieron anoche: si les pasó algo, si se cayeron, si se rasparon […] Aprendes a escuchar, a observar y a quererlos”.