
El médico santo Giuseppe Moscati dijo: “La ciencia nos promete el bienestar y como máximo el placer; la religión y la fe nos dan el bálsamo del consuelo y la felicidad verdadera, que es una con la moralidad y el sentido del deber”.
Todo el trabajo del hombre es digno, enaltece y nos lleva a conseguir los bienes necesarios para nuestro sustento diario pero a la vez, el trabajo dignifica y nos acerca a Dios siempre y cuando todo lo que realicemos lo hagamos con amor y por amor a Él, nuestro Creador.
A lo largo de la historia de la humanidad han existido grandes hombres y mujeres que entregaron su vida al servicio de los enfermos, de los pobres, abandonados y marginados, personas que se han donado en cuerpo y alma para trabajar por sus hermanos, poniendo al servicio del otro sus habilidades, conocimientos, destrezas e inteligencia para ayudarlos a encontrar la salud, uno de los bienes más preciados en el ser humano, sin olvidar, que ellos son sólo instrumentos de Dios que es quien los guía para ayudar, consolar, sanar, reconfortar y cuidar a los enfermos.
A continuación mencionaremos a algunos de estos grandes personajes que son ejemplo de vida, de trabajo, de profesionalismo y sobre todo de amor por el prójimo:
Nombre | Descripción | Fecha de celebración |
Jesucristo.
Su nombre significa Dios Salva. |
Es el Hijo Único de Dios y nos da la salud física, espiritual y mental que tanto necesitamos, porque vino a la tierra a sanar a los enfermos, consolar a los afligido, liberar a los endemoniados y llamar a los pecadores. | 25 de diciembre. |
San Rafael Arcángel.
Su nombre significa medicina de Dios. |
Es el Arcángel cercano a los hombres a quienes alivia en su dolor y sufrimiento.
Arcángel de la salud física, emocional, mental, espiritual, de la sanación, de los viajeros, de los matrimonios. Patrón de los enfermos, hospitales, ciegos, enfermeras, médicos, herbolarios.
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29 de septiembre. |
San Lucas Evangelista.
Su nombre significa Luminoso o el que resplandece. |
Nació en Antioquía. Médico. Compañero de viaje de San Pablo. Es el biógrafo de la Virgen María y de la Infancia de Jesús. Pintó la Imagen de la Virgen María. Su evangelio presta mucha atención a los pecadores arrepentidos, a la mujer y a la oración. Mártir.
Patrón de los médicos, pintores. |
18 de octubre. |
Santa Hermione. | Hija del Apóstol Felipe. Nació en el Siglo I d.C.
Virgen y Mártir. Primera mujer cristiana que ejerció la medicina. |
4 de septiembre. |
Santas Filonela y Zenaida. | Hermanas. Nacieron en Tarzo, Turquía. Siglo I d.C. Fueron primas del Apóstol San Pablo. Ejercieron el oficio de la medicina, curando al enfermo, especialmente a las mujeres embarazadas y a los niños, respectivamente y predicando el Evangelio de Jesucristo. Vírgenes y Mártires. Patronas de los Ginecólogos y Pediatras. | 4 de septiembre. |
San Cosme y Damián. | Nacieron en Arabia. Siglo III d. C. Hermanos gemelos. Ejercieron el arte de la medicina en forma altruista. Mártires. Patronos de los médicos, cirujanos, boticarios y barberos. | 26 de septiembre (occidente).
01 de noviembre en (oriente). |
San Pantaleón. | Nació en Nicodemia, Turquía. Siglo III. d. C. Fue un rico médico pagano de Nicodemia. Se convirtió al cristianismo y sanaba invocando el nombre de Jesús. Mártir.
Patrono de los enfermos, médicos, víctimas de torturas, protector de las enfermedades (tuberculosis). |
27 de julio. |
San Blas. | Obispo de Armenia. Siglo IV d.C. Tenía el don de la curación milagrosa. Mártir. Invoca contra los males de garganta. | 3 de febrero. |
San Giusepe Moscatti. | Nació en Nápoles en 1880. Médico. Se entregó en alma y cuerpo al servicio de los enfermos pobres reconfortándolos en sus enfermedades corporales y espirituales. | 12 de abril. |
Tenemos ejemplo para nuestra vida diaria en los “Santos”, que fueron hombres y mujeres como nosotros y que debido a su amor y entrega total a Dios y al servicio de sus hermanos, nos enseñan los valores que deben regir al hombre y en este caso en particular a los “Médicos”, como son la dedicación, el trabajo constante, el sacrificio, el altruismo, la oración, el transmitir sus conocimientos y experiencias a los jóvenes aprendices para que las nuevas generaciones aprendan el arte de la sanación, el realizar su vocación sin esperar una remuneración económica, no buscaron la gloria mundana pasajera, muchas veces enfrentaron torturas, calumnias e incluso la muerte por el hecho de ejercer su profesión y eso no les impidió seguir trabajando por el otro en una entrega completa con abnegación, paciencia, aceptación y sobre todo con amor por el que sufre y viendo en ellos el rostro dolorido de Jesucristo, nuestro Salvador.
Hoy 23 de octubre en México se conmemora el día de uno de los pilares fundamentales en la vida de toda sociedad, y me refiero al “MÉDICO” o comúnmente conocido como “DOCTOR”, aunque muchas veces estos profesionistas no tienen un grado académico de doctorado, pero por el sentir del pueblo, se les menciona de esta manera.
Este reconocimiento tuvo su origen en la Convención de Sindicatos Médicos Confederados de la República Mexicana, llevada a cabo el 23 de octubre de 1937, donde se instituyó que este día se celebrara al “Día del Médico”, como un homenaje al Doctor Valentín Gómez Farías quien en 1833 siendo presidente de México, fue facultado por el Congreso Nacional para llevar a cabo la reforma de la enseñanza pública en todas sus ramas, creándose una Dirección General de Institución Pública y con ello se inauguró el 23 de octubre de 1833 el Establecimiento de Ciencias Médicas en la Ciudad de México, cuyo primer director fue el Dr. Casimiro Liceaga, antecedente histórico de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Hablar de los “Médicos” es apasionante, ya que antes que nada son personas como todos nosotros con defectos y virtudes que debido a la gran misión que Dios les ha confiado, se caracterizan por su entrega, dedicación, sacrificio, bondad, estudio, empatía, responsabilidad, ética, trabajo individual y en equipo, comprensión, observación, por su mente aguda para resolver problemas, por su fortaleza emocional en momentos difíciles y críticos, por su humildad para reconocer sus límites en cuanto a conocimientos, por su habilidad para comunicarse con sus pacientes pero sobre todo por su amor al prójimo.
Los Médicos a través de su preparación y de la asimilación del saber teórico y práctico que aprenden en las diversas facultades de medicina, aplican estos conocimientos día con día, para dar un diagnóstico certero a las dolencias de cada uno de sus muy diversos pacientes, a quienes acompañan en el arduo camino de la enfermedad, muchas veces pasajera y de donde juntos salen victoriosos, otras tantas constante hasta que avanza al grado tal de ser moral, pero sin importar el resultado de esta batalla, siempre están al lado del paciente para alentarlo, fortalecerlo y animarlo en la lucha cotidiana, son los ángeles que Dios ha puesto en la tierra para recordarnos que tenemos que trabajar por lo que nos gusta, luchar contra la adversidad, estudiar, observar, escuchar a nuestros semejantes y a nuestro entorno y nunca dejar de maravillarnos con el mundo y con el milagro de la vida.
Existen diversas y muy hermosas oraciones a Dios para pedir por los médicos y una de ellas es la que escribió el Santo Juan Pablo II que dice:
Señor Jesús, Médico divino, que en tu vida terrena tuviste predilección por los que sufren y encomendaste a tus discípulos el ministerio de la curación, haz que estemos siempre dispuestos a aliviar los sufrimientos de nuestros hermanos.
Haz que cada uno de nosotros, consciente de la gran misión que le ha sido confiada, se esfuerce por ser siempre instrumento de tu amor misericordioso en su servicio diario.
Ilumina nuestra mente.
Guía nuestra mano.
Haz que nuestro corazón sea atento y compasivo.
Haz que en cada paciente sepamos descubrir los rasgos de tu rostro divino.
Tú, que eres el camino, concédenos la gracia de imitarte cada día como médicos no sólo del cuerpo sino también de toda la persona, ayudando a los enfermos a recorrer con confianza su camino terreno hasta el momento del encuentro contigo.
Tú, que eres la verdad, danos sabiduría y ciencia, para penetrar en el misterio del hombre y de su destino trascendente, mientras nos acercamos a él para descubrir las causas del mal y para encontrar los remedios oportunos.
Tú, que eres la vida, concédenos anunciar y testimoniar en nuestra profesión el “evangelio de la vida”, comprometiéndonos a defenderla siempre, desde la concepción hasta su término natural, y a respetar la dignidad de todo ser humano, especialmente de los más débiles y necesitados.
Señor, haznos buenos samaritanos, dispuestos a acoger, curar y consolar a todos aquellos con quienes nos encontramos en nuestro trabajo.
A ejemplo de los médicos santos que nos han precedido, ayúdanos a dar nuestra generosa aportación para renovar constantemente las instituciones sanitarias.
Bendice nuestro estudio y nuestra profesión.
Ilumina nuestra investigación y nuestra enseñanza.
Por último, concédenos que, habiéndote amado y servido constantemente en nuestros hermanos enfermos, al final de nuestra peregrinación terrena podamos contemplar tu rostro glorioso y experimentar el gozo del encuentro contigo, en tu reino de alegría y paz infinita. Amén
Con esta reflexión – oración que escribió Juan Arias y la tituló “Oración Desnuda” y que a continuación transcribimos, quiero concluir que los “Médicos” son un ejemplo viviente de todas las virtudes y cualidades que todos los seres humanos debemos de tener, son los guerreros que todos los días libran la batalla con la enfermedad, con la muerte y con el mismo hombre para llevar a cabo su profesión, son las personas donde se exalta lo mejor del corazón del hombre que es la entrega, el sacrificio, la comunicación y el amor por los necesitados, dones que se ponen al servicio de los otros, sin importar edad, sexo, religión, nacionalidad, nivel económico o cultural, cualidades que todos queremos y exigimos, pero que no nos damos cuenta que debemos de trabajar desde nosotros mismos para poder ser mejores individuos y construir un mundo mejor.
Cristo, yo soy médico.
Tengo cada día entre mis manos la obra maestra de tu creación: el cuerpo del hombre.
Antes de revelarte mis angustias y las contradicciones que anidan en el ejercicio de mi profesión, quiero pedirte que sepa contemplar siempre el cuerpo del hombre como el espectáculo más fantástico de la creación.
Que me acuerde siempre, Señor, de que tú mismo lo contemplaste con admiración y con gozo, apenas creado. Y que no me olvide de que, no sólo el espíritu del hombre, sino también su mismo cuerpo ha sido creado «a tu imagen y semejanza».
Tú, Cristo, fuiste el primer médico verdadero de la historia.
Porque nadie como tú sintió la indignación y la desazón ante cualquier género de mal que dañaba al cuerpo humano. Era tu gran carga de vida lo que te empujaba a curar a cualquier hombre enfermo que encontrabas.
Sólo tú has sido el médico que «curaste a todos».
Que comprenda, Señor, el secreto que te llevaba a no soportar ningún género de enfermedad.
¿Qué existe de grande y de misterioso en el cuerpo humano para que tú mismo, cuando decidiste quedarte eucarísticamente entre los hombres, quisieras hacerlo, no sólo espiritualmente, sino también corporalmente?
Para ti, curar a un hombre de una enfermedad era más importante que el cumplimiento de la ley.
¿Y para mí?
Tengo que confesarte, Señor, que muchas veces no me conformo con vivir del ejercicio de la medicina, sino que lo exploto para enriquecerme. Exploto el hecho de que mi ejercicio no teme a la competencia, porque juego con la vida misma de los hombres.
¿Cuántos Señor, han caído en la pobreza para poder curarse?
Me avergüenzo al pensar que muchas veces damos a entender, nosotros los médicos, que es más importante el cuerpo de un rico que el cuerpo de un pobre.
¿Por qué corremos con más facilidad junto al lecho de un rico o de un poderoso que al de un miserable?
El cuerpo de un rico siempre lo examinamos con atención y esmero. Para el cuerpo de un pobre basta generalmente con llenar una ficha y enviarlo a un hospital. Y lo que es aún más grave e indigno es que a veces llegamos a instrumentalizar de tal forma el amor a la vida de los demás, que nos aprovechamos inventando enfermedades que no tienen, para enriquecernos con operaciones fantasmas. Jugamos con lo más sagrado que existe sobre la tierra.
¿Y las medicinas, Señor?
Cada vez que prescribo una medicina, ¿estoy convencido de su eficacia o contribuyo también yo con mi inmoralidad al horrible tráfico capitalista dirigido por la publicidad?
Es verdad, Señor, que también nosotros, los médicos, pagamos tributo a una sociedad que instrumentaliza al hombre en todas sus dimensiones, en vez de ponerse a su servicio incondicionado.
A veces nos sentimos impotentes para salvar muchas vidas o para aliviar muchos dolores, porque la sociedad, en vez de dedicar sus medios económicos al servicio de la ciencia en favor del hombre, los emplea para preparar la muerte de los hombres.
Pero comprendo, Señor, que esto no justifica mi pasividad.
¿Quién, como un médico, debería gritar continuamente a la sociedad su injusticia y su derroche?
Nosotros somos más responsables que nadie de la falta de rebeldía ante el derroche en lujos y en armas y en triunfalismos, porque estamos más cerca que ninguno del dolor y de la muerte del hombre, ante los cuales nos sentimos impotentes.
Debería ser misión específica nuestra la defensa de la vida física del hombre contra la sofisticación y adulteración de los alimentos, contra la contaminación de la tierra, contra los productos químicos que, con el pretexto de curar, contribuyen a menudo a degenerar la salud del hombre.
Nosotros deberíamos reivindicar para el hombre, de una forma colectiva y enérgica, todo lo que hoy gasta la sociedad para la destrucción del hombre
Todo lo que el hombre emplea hoy para autodestruirse debería ser puesto en nuestras manos, no sólo para curar los males que afligen hoy al hombre y de los que todavía muere, sino también para buscar nuevas posibilidades de vida cada vez más adecuadas al hombre y a su liberación completa.
Si no somos capaces, Señor, de dar esta batalla y seguimos viendo la medicina como una profesión más para enriquecernos, deberíamos por lo menos tener el coraje de apellidarnos «asesinos», porque nuestra responsabilidad está íntimamente ligada a la vida física del hombre, que es la primera condición para que el hombre exista y pueda ser persona.
Y si es verdad que todavía no tengo a mi disposición todos los medios necesarios para buscar el origen del mal que aflige al hombre, también es cierto que, si me acercase a cada hombre enfermo con más amor y atención, conseguiría descubrir que la mayor parte de los males que le afligen dependen de las condiciones de injusticia social, de las condiciones inhumanas de trabajo, de la miseria, de la ignorancia y del ambiente en el que está obligado a vivir, que cada vez es menos apropiado a la medida natural del hombre.
Que no me olvide, Señor, de que el cuerpo del hombre no es sólo una máquina y que por tanto no puedo curarlo examinándolo sólo físicamente o tratándolo solo químicamente. Porque en realidad, Señor, nadie mejor que un médico, si es fiel a su misión, comprende que toda enfermedad está ligada estrechamente a todo el misterio del hombre. No es posible curar a un cuerpo olvidándose de que ese cuerpo pertenece a una maravillosa y compleja realidad de persona que piensa y ama.
La medicina que no tiene en cuenta toda la realidad del hombre es instrumentalización.
Por eso, Señor, yo no estoy en contra de la especialización. Es posible y puede ser ventajoso para la medicina que cada médico profundice en el misterio de una parte del cuerpo humano. Pero en este caso es imprescindible que se trabaje en equipo. De lo contrario, reducimos el hombre al engranaje de una máquina donde nadie carga con la responsabilidad total de la persona humana, preocupándose exclusivamente del trozo de su especialidad.
Y el hombre seguirá siempre pagando tributo a nuestra ciencia, creada sin tener en cuenta que todo lo que no sirva el bien concreto y total del hombre es inmoralidad y pecado.
Como seguirá siendo cierto que Pilato, lavándose las manos, no se justificó de su deicidio ante la historia.
Cristo, que nosotros, los médicos, tengamos el coraje y la alegría de reconocer que somos los nuevos taumaturgos de la historia, porque tú nos has confiado la tarea de seguir haciendo el milagro permanente de mantener en vida a la vida.
Que sintamos como un gozo y no como un peso toda nuestra responsabilidad ante la humanidad. Y que no nos olvidemos de que ninguna puerta queda cerrada a nuestras posibilidades, porque desde que tú venciste a la muerte, el hombre tiene derecho a luchar contra todas sus limitaciones físicas. Si así no fuera, cualquier gesto de la medicina que contribuye a devolver o a mantener la vida de un hombre sobre la tierra sería inmoral. Como habrían sido inmorales tus milagros que alargaban la vida y abolían el dolor.
El hecho de que tú no hayas soportado nunca la enfermedad ni la muerte de los demás nos indica claramente que son límites que no pertenecen al hombre. Son sólo fruto de un pecado colectivo que tú viniste a reparar definitivamente. Tú mismo nos dijiste que «podríamos realizar cosas mayores que las que tú realizaste». Y tú resucitaste a los muertos.
Señor, que ante cualquier enfermo que encuentre derroche todo el empeño, la delicadeza y la generosidad en curarle que yo desearía derrochasen conmigo el día que me encuentre en el lecho del dolor.
Quizás yo, como médico, pueda comprender mejor que otros lo que significan aquellas palabras tuyas: «Ama a tu prójimo como a ti mismo
Por eso hoy, 23 de Octubre, queremos dar un reconocimiento pero sobre todo un Agradecimiento a todos los hombres y mujeres que hacen de su vida una entrega continua al enfermo.
¡Que Dios los bendiga!