Ahora que han pasado las fiestas de Todos los Santos y Día de muertos donde recordamos a nuestros seres queridos que nos han precedido, es hora de tomar consciencia del significado de estas fechas de acuerdo a la Iglesia Católica.
Si somos católicos, tenemos que recordar que el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, que nos dio el libre albedrío, es decir, la capacidad que tiene cada persona para poder elegir el bien o el mal en su vida y sobre todo para tener consciencia de que todas nuestras decisiones, acciones y palabras tienen consecuencia en forma directa o indirecta sobre nosotros o sobre otras personas, al momento presente o en un futuro y que tenemos que vivir con las consecuencias de nuestras acciones. Muchas personas a esto dicen que “la vida te pasa su factura” o que es el “karma”, pero lo que es verdad, es que todo lo que hagamos tiene una consecuencia directa inmediata o futura, pero es por algo que nosotros mismos hemos elegido y tenemos que pagar.
Todos estamos en la tierra para ser felices, para obrar con justicia, con rectitud, para trabajar en el ramo donde tengamos mejores aptitudes, es decir, para ganarnos el pan con el esfuerzo diario de nuestro trabajo, pero sobre todo tenemos que realizar cada acto de nuestra vida con Amor, y así estaremos cumpliendo el Mandamiento que Jesús nos dio: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.
El Amor es tan grande que no lo podemos definir, puesto que “Dios es Amor”, y Él ha puesto un poco de ese amor en nuestros corazones y de nosotros depende el poder acrecentarlo de acuerdo a su luz, a sus mandamientos y al conocimiento de su Palabra, o deformarlo de acuerdo a nuestras perversiones y pecados.
Recordemos las palabras de San Pablo en la carta a los Corintios capítulo 13 versículos 1 -13 donde nos habla sobre el Amor y lo más sobresaliente es:
“El amor es paciente, es servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca pasará…”
Al cumplir nuestro tiempo en esta tierra, morimos, unos de forma natural, otros por enfermedad, otros por accidentes, pero dejamos este mundo como lo conocemos, dejamos de existir, nuestra alma, lo que nos da vida se desprende de nuestro cuerpo material y lo deja inerte, sin vida, sin movimiento, vacío.
Muchas personas creen que al morir, se acaba todo, solo desaparecemos; otras creen que volvemos a reencarnar en otras personas o en animales; pero si somos católicos tenemos que recordar y creer que la muerte es solo un paso para ir a gozar de la Plenitud de Dios, es decir, es estar cara a cara con Él, quien nos va a juzgar por nuestras obras y por el amor que dimos y por todo el bien que dejamos de hacer por nuestra forma de ser, por nuestros pecados.
La Iglesia Católica tiene un documento que es el resultado de las actividades realizadas por el Concilio Vaticano II, presidido por el Santo Padre San Juan Pablo II que contiene la exposición de la fe, la doctrina y la moral de la Iglesia Católica iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio Eclesiástico, es un documento para todos los integrantes de la Iglesia Universal con la finalidad de aumentar los conocimientos con respecto a los aspectos fundamentales de la fe, en este documento encontramos en La Primera Parte: Profesión de Fe, Segunda Sección La profesión de la fe cristiana en su artículo 12 Creo en la Vida Eterna en los apartados 1020 al 1065 que nos hablan sobre el Juicio particular, el cielo, la purificación final o Purgatorio, el infierno, el juicio final, la esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva, resumen y el amén.
De lo anterior Podemos resumir lo siguiente:
“Creo en la vida eterna”, la Iglesia Católica nos dice que el cristiano debe de ver su muerte como una ida hacia Jesús, es el medio para la vida eterna.
“El juicio particular”. Cada hombre después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna que va a depender de sus obras y su fe, dando como resultado una purificación, entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo o condenarse para siempre.
“El cielo”. Es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre. Por su muerte y resurrección, Jesucristo nos ha abierto el cielo. Vivir en el cielo es estar con Cristo, vivir con Cristo, es la vida perfecta con la Santísima Trinidad, es una comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados quienes son todos los hombres y mujeres creados por Dios y que gozan de los frutos de la redención realizada por Cristo por haber creído en Él y por permanecer fieles a su voluntad quienes siguen cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera, estando en Dios y con Dios.
En el Cielo es donde se da la visión beatífica de Dios porque Dios no puede ser visto tal cual es, sino que Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre dándole capacidad para ello y esto solo ocurre en el Cielo.
“La purificación final o purgatorio”. Para la Iglesia, el Purgatorio consiste en la purificación final que tiene el alma del hombre, es decir, de las personas que mueren en gracia y amistad con Dios pero imperfectamente purificados y están seguros de su salvación eterna, pero es necesario que sufran una purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo, es una purificación distinta del castigo de los condenados.
“El infierno”. En las Sagradas Escrituras, Jesús habla del infierno, del horno ardiente, del fuego que nunca se apaga, es el lugar reservado fuera del Reino de Dios donde van todos los hombres y mujeres que mueren en pecado mortal sin estar arrepentidos, sin acogerse al Amor Misericordioso de Dios, es decir, que por voluntad propia y libre elección quieren estar separados de Dios por no creer en Él, por no arrepentirse y convertirse de sus pecados, por no ayudar a su prójimo. El infierno es el estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados, su pena principal es estar alejados de Dios porque es en Él donde el hombre tiene vida y felicidad eterna.
“El Juicio final” sucederá cuando vuelva Cristo Glorioso a la tierra y sólo el Padre conoce el día y la hora en que esto tendrá lugar, entonces Dios Padre pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia y todos los hombres que han existido hasta ese momento vivos y muertos conoceremos el sentido final de toda la obra de la creación y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su último fin. El Juicio Final revelará que la Justicia de Dios triunfa sobre todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que Su Amor es más fuerte que la muerte.
“La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva”. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma y el mismo universo será renovado porque el Reino de Dios llegará a su plenitud, teniendo todo lo creado a Cristo por Cabeza, este universo nuevo será la Jerusalén Celestial donde Dios tendrá su morada entre los hombres, ya no habrá pecado ni amor propio que destruye o hiere la comunidad terrena de los hombres, se dará en plenitud la Visión Beatífica de Dios, donde Dios se manifestará de modo inagotable a sus elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
Ideas Principales
- “Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
- Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos.
- Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como Él es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza.
- Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.
- En virtud de la “comunión de los santos”, la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.
- Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la “triste y lamentable realidad de la muerte eterna”, llamada también “infierno”.
- La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira.
- La Iglesia ruega para que nadie se pierda: “Jamás permitas […] Señor, que me separe de ti” (Oración antes de la Comunión, 132: Misal Romano). Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también es cierto que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tm 2, 4) y que para Él “todo es posible” (Mt 19, 26).
- La misma santa Iglesia romana cree y firmemente confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propias acciones.
- Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será transformado. Dios será entonces “todo en todos” (1 Co 15, 28), en la vida eterna”.
“Amén” En hebrero Amen pertenece a la misma raíz que la palabra “Creer”, esta raíz expresa la solidez, la fiabilidad, por lo que Amén significa tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza en Él y el Amén después del Credo, recoge y confirma su primera palabra: “Creo” las palabras, las promesas, los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él, que es el Amén del Amor infinito y de la perfecta fidelidad. Jesucristo es el Amén definitivo del Amor del Padre hacia nosotros y a la vez asume y completa nuestro “amen” al Padre.
De lo anteriormente expuesto solo nos queda decir que como católicos tenemos que estudiar, analizar, comprender, aplicar y vivir las enseñanzas de las Sagradas Escrituras que son la base de nuestra fe pero sobre todo tenemos que creer en Dios, en su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo, que tenemos que conocer la Doctrina de la Religión que profesamos para estar mejor preparados como personas y vivir plenamente en este momento para evitar cometer tantos pecados o errores, que con el paso del tiempo, tenemos que pagar las consecuencias de nuestras malas obras.